jueves, 5 de febrero de 2015

Tentaciones


"...-Dime hijo.
-¿Que quiere que le diga, padre? 
-Quiero que me diga el motivo por el que está tan callado ¿Que perturba esa cabecita tuya? 
-Oh padre, he pecado.-Y pasandose las manos por el pelo, el joven sollozó.
-Cuenteme-Dijo el cura con visible preocupación.
-Apareció como una visión ancestral, era hermosa, igual que un ángel. Su cabello era rubio, dorado como el oro, tan largo que rozaba sus caderas, dulcemente perfectas. Sus ojos eran seductoras puertas hacía un mundo verde esmeralda cuyas pestañas, rubias y largas, revoloteaban gracilmente cada vez que pestañeaba. Su nariz, padre, nunca he visto una nariz tan perfecta en mi vida y sus labios, eso ya era pura tentación, suaves y carnosos. Oh su cuerpo, oh su voz, oh padre, ella era el pecado en carne y hueso."

El cura suspiró y asintió, más relajado, se incorporó y se acercó a la mesa que tenían ambos en frente. Con extrema delicadeza llenó dos copas de vino y volvió a donde estaba entregandole una copa al joven. 

"-Hijo ¿Te acostaste con aquella mujer? -Dijo este dandole un sorbo a su copa.
-No, no lo hice padre-Dijo el joven con la vista posada en el suelo.
-Entonces no pecaste hijo, simplemente supiste apreciar la belleza de aquella mujer.
-Si, padre, si lo hice. Pequé de lujuria,  pues cuando la vi sentí un deseo incontrolable de hacerla mia, de desnudar ese cuerpo perfecto y de besar sin descanso esos labios tentadores. Pequé de avaricia, pues ansiaba apoderarme de ella, no la hubiese compartido en ningún momento, quería que fuera mía y de nadie más, incluso sentí necesidad de hacer cualquier cosa por tal de conseguirla. Pequé sintiendo ira, al ver que, a pesar de que sus ojos eran hermosos e inocentes, mostraban un gran dolor. Ella estaba rota padre, alguien le había hecho tanto daño y yo odiaba eso, hubiese matado al desvergonzado que la pudo tener y no la valoró con mis propias manos. Pequé, pues sentí envidia de todo aquel que pudiera escuchar su voz, disfrutar su aroma, acariciar su cabello día a día. Llamame estupido, pero sentí tal necesidad de hacerla feliz, de cuidarla y mimarla. Oh, era perfecta y yo...yo, padre...la deje ir.-Susurró el joven antes de levantarse y marcharse de aquella iglesia.



No hay comentarios:

Publicar un comentario